Las tomas de conciencia son como bofetadas sin dolor. De golpe, ves algo que hasta ahora había permanecido inbisible. A veces, es algo nuevo y a veces es otra forma de ver lo mismo.
Cuando me pasa me sirve de punto de inflexión, marca la diferencia entre un antes y un después. Y sirve como nuevo punto de partida.
Esta semana, mientras conducía, tuve una en lo que respecta a mi familia.
He compartido menos tiempo del habitual con ellos y eso siempre se hace difícil. Pero, en previsión de esto, había estado más tiempo con Babau y había intentando que fuese intenso.
Mientras hacía balance de estos días, me di cuenta, de que sí se puede acumular algo de felicidad para estirarla después. Una especie de hucha.
Cuando la paternidad no fue lo idílica que imaginamos, una vez comentamos la suerte de haber hecho todo lo que queríamos antes de ella, dormido, reído, amarnos, disfrutado, viajado… recordarlo nos daba fuerzas y paciencia para dejar pasar el tiempo en aquella situación. Habíamos hecho, sin darnos cuenta, una hucha de felicidad de pareja, que nos sirvió para los casi dos años de stand by que nos supuso este cambio.
Con los hijos, no creo, que las huchas sean la justificación a las ausencias, un hijo prefiere verte cada día y no mucho rato el domingo. Ni creo que, la misma hucha, tenga la capacidad de llenar mucho tiempo. Pero sirven para emergencias y para que las mamás nos dejemos de criminalizar por querer desarrollados laboralmente.
Teniendo en cuenta el factor sorpresa de la vida, la parte incontrolable, la que no se puede planificar o agendar. Volvemos siempre al mismo punto. Disfrutar el momento, vivir el presente, en el mejor de los casos es la forma ideal de vivir la vida.
Cuando no te servirá de hucha.