El último café

Este blog ha sido mi primera forma de expresión creativa.

Un lugar de encuentro y autoencuentro.

Me ha servido para canalizar una energía, que me invadía con una fuerza inusual, pero que no tenía de idea de cómo dirigir.

Hoy escribo este «café» como una despedida.

Me siento tan agradecida a este espacio que sólo puedo decir GRACIAS.

Una palabra que abarca toda un momento vital.

Y cerrar esta etapa y este espacio, para dedicarme por completo a mi nueva profesión.

Si me buscas me encuentras en:

http://www.rociomesaterapeuta.com

Siempre agradecida a todo lo que me ha regalado este espacio.

Namaste.

El café de Octubre

Septiembre y su intensidad.

Un mes que comienza en verano y acaba en otoño.

Que va de la luz a la sombra.

Sabía que sería retador antes de empezarlo, pero no lo calibré bien.

En el primer momento, me destrozó, me fui una semana entera con el corazón roto.

Dejarla llorando me llenó de tristeza.

Mientras ella y yo sufríamos, a nosotros se nos abrió una vieja herida.

Y cómo dolió, cuánto.

Pero el tiempo en su infinita letanía nos curó y nos trajo hasta octubre sanos.

Al mirar atrás septiembre queda recubierto de calima.

Ha sido un mes intenso, lleno, pero, inconcluso.

Todo lo que empezó, está abierto, embrionario y aún no adivino cómo se materializará.

No es casualidad que estemos comenzando el Otoño y reflexiono de nuevo sobre el «Wu Wei» y el desapego del resultado.

El café de septiembre.

Han pasado cuatro años, la reforma de nuestra casa, una pandemia, un máster, un FP, las prácticas y un cambio de trabajo.

Hemos cumplido veintitrés años juntos y nuestra hija casi tiene once.

Lo que empezó siendo una cita mensual, de parada, de reflexión, de punto de inflexión, para no perder la perspectiva, se perdió en el tiempo.

Y, aunque, he seguido escribiendo en el blog, cada vez he usado menos palabras y más imágenes.

He cerrado un tiempo en el que me daba miedo verbalizar lo que sentía, porque me creía tremendamente observada y juzgada.

Perdí la espontaneidad de escribir y publicar en caliente lo escrito.

Empecé a pensar en quién podría leerlo y en cómo podría hacerme vulnerable.

Cuando, en realidad, toda mi fuerza radica ahí.

En mi capacidad para ponerle nombre a lo que me pasa.

En compartir y compartirme, porque no soy única, ni lo que me pasa es exclusivo.

Las palabras son mi punto de apoyo y, además, como me dijo mi hija con cuatro años:

«¿Sabes que las palabras pueden volar?»

Pues tengo que reconocer, que, a ratos, se me había olvidado.

El café de Abril.

¿Qué pasa, para que dejes, tanto tiempo, un espacio?

Que dejé de escribir para afuera y lo hice para mí.

He llenado cientos de hojas, he sacado miles de palabras,

me he hecho cientos de preguntas.

Dejé de sentirme cómoda compartiendo y

me volví invisible, a ratos, hasta para mí misma.

Empecé a pensar en quién leía y

me corté las alas.

Decidí ser honesta en el camino y

eso me impedía hacerlo público.

Y finalmente, me desconecté de este espacio.

El que era mi refugio, se convirtió en desconocido.

Y ahora, de la misma forma que salí,

he vuelto,

sin darme cuenta.

Namaste.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El café de septiembre.

La verdad se viste de piel.

Una nueva estructura me sostiene.

Millones de palabras llenan todos los huecos.

He vuelto a mí.

 

El viento cesó,

Las emociones perdieron el sostén.

El miedo fue mi compañero.

Y la caída me rompió.

 

Toque mi propio fondo.

Y vi toda su luz.

Ahora es más fino el abrigo

que arrulla mi alma.

 

Y cada día más escueta,

porque pienso que me entiendes,

que con menos palabras,

éstas te llegarán más dentro.