El café de Octubre

Septiembre y su intensidad.

Un mes que comienza en verano y acaba en otoño.

Que va de la luz a la sombra.

Sabía que sería retador antes de empezarlo, pero no lo calibré bien.

En el primer momento, me destrozó, me fui una semana entera con el corazón roto.

Dejarla llorando me llenó de tristeza.

Mientras ella y yo sufríamos, a nosotros se nos abrió una vieja herida.

Y cómo dolió, cuánto.

Pero el tiempo en su infinita letanía nos curó y nos trajo hasta octubre sanos.

Al mirar atrás septiembre queda recubierto de calima.

Ha sido un mes intenso, lleno, pero, inconcluso.

Todo lo que empezó, está abierto, embrionario y aún no adivino cómo se materializará.

No es casualidad que estemos comenzando el Otoño y reflexiono de nuevo sobre el «Wu Wei» y el desapego del resultado.

El café de septiembre.

Han pasado cuatro años, la reforma de nuestra casa, una pandemia, un máster, un FP, las prácticas y un cambio de trabajo.

Hemos cumplido veintitrés años juntos y nuestra hija casi tiene once.

Lo que empezó siendo una cita mensual, de parada, de reflexión, de punto de inflexión, para no perder la perspectiva, se perdió en el tiempo.

Y, aunque, he seguido escribiendo en el blog, cada vez he usado menos palabras y más imágenes.

He cerrado un tiempo en el que me daba miedo verbalizar lo que sentía, porque me creía tremendamente observada y juzgada.

Perdí la espontaneidad de escribir y publicar en caliente lo escrito.

Empecé a pensar en quién podría leerlo y en cómo podría hacerme vulnerable.

Cuando, en realidad, toda mi fuerza radica ahí.

En mi capacidad para ponerle nombre a lo que me pasa.

En compartir y compartirme, porque no soy única, ni lo que me pasa es exclusivo.

Las palabras son mi punto de apoyo y, además, como me dijo mi hija con cuatro años:

«¿Sabes que las palabras pueden volar?»

Pues tengo que reconocer, que, a ratos, se me había olvidado.

«No sé si estaba viva el tiempo que no recuerdo»

«No sé si estaba viva el tiempo que no recuerdo»

Naranjalidad

Es un pensamiento que me aterra y serena a la vez.

Me da miedo pasar por mi vida de puntillas y me calma pensar, que, en mi dulce amnesia, he sufrido menos.

Llevo tiempo bailando la ambigüedad de no mostrarme completamente.

Eso sí que me da miedo.

Primero tendría que derribar los diques internos y confiar.

Verme.

Dejarme ver.

Aceptar.

El error y el acierto.

Lo terrenal y lo sagrado.

La miseria y la abundancia.

La mediocridad y la excelencia.

El vacío y la plenitud.

Que este camino es uno de tantos,

pero es.

Y en él se produce mi viaje de vida.

¿Me atrevo a soltar?

Sessha.

Hace tanto tiempo,

que he mudado la piel.

Desconfié y me perdí.

Me cubrí de miedo y de inseguridad.

Me desdibujé.

Y me convertí en alguien, que no era.

Y, a la vez,  pasó todo lo contrario.

Confié y me encontré.

Desnudé mi alma.

Me miré y me ví.

Y descubrí: que quién soy, es inmutable.

Sessha

Hace tanto tiempo, que he mudado la piel.

Desconfié y me perdí.

Me cubrí de miedo y de inseguridad.

Me desdibujé.

Y me convertí en alguien, que no era.

Y, a la vez,  pasó todo lo contrario.

Confié y me encontré.

Desnudé mi alma.

Me miré y me ví.

He descubierto quién soy y es inmutable.