Verano

Tenía grabado a fuego ese sentimiento de verano de mi infancia.

Un cliché de una niña en bragas, tostada por el sol, con la idea de que el tiempo era eterno, que pasaba los días entre diversión y aburrimiento.

Los veranos escolares.

Así quedaron en mi memoria. Espacios de tiempo interminables.

Después crecí, comencé a trabajar y se perdieron. En mi vida adulta he tenido vacaciones, pero había perdido el verano.

Hasta el año pasado.

Fue cuando, por primera, vez Babau tuvo su verano. De bebé había llevado el mismo ritmo que yo, las mismas vacaciones. Fue su primer verano escolar, completo, sin guarderías ni actividades.

Y volví a vivir esa sensación.

Una mezcla de pérdida total de horarios, relax, calor, tiempo libre y el tan menospreciado aburrimiento.

Que regalo.

Y aquí estoy tostada por el sol, disfrutando de algo que creía perdido.

Un regalo de tiempo, de luz, de días largos, que nos da esta estación para disfrutarlos sin prisas.

 

 

 

 

 

Carta al Director

Cuando era pequeña, muy pequeña, en parvulario, le tenía un miedo atroz al Director de mi colegio.

Recuerdo que para entrar en la clase formábamos filas en el patio. Durante ese rato, me consumía la ansiedad y los nervios ante la posibilidad de que mi profesora faltase y él tuviese que hacer de sustituto.

Y así cada día, todos los días.

Para mi fortuna Gloria no faltó nunca.

Después de aquel colegio, fui a otros dos más y al instituto. A duras penas recuerdo a ningún director más. Ninguna relación, ninguna palabra, ningún intercambio.

Las personas muy introvertidas en nuestras relaciones y con nuestras emociones necesitamos tiempo y espacio.

Actualmente sé que eso es exactamente lo que no me proporcionaron los adultos de mi entorno, en su mayoría. Pasé mi infancia pensando cosas que jamás dije.

Nunca hubo ayuda contra ese miedo, porque jamás lo expresé en voz alta.

Y ahora he vuelto al colegio, como madre.

Cada día doy la manita a mi hija y entramos en el colegio. Cada día en la puerta está su Director recibiendo a los niños.

Y con él se reescribe la historia.

Esta es la parte difícil de abordar, me cuesta mucho encontrar palabras de agradecimiento que de verdad expresen lo que siento.

Estos dos años a tu lado dejan una huella imborrable en nosotras y especialmente en mi. A tu lado la personas desean crecer, aunque ya sean adultas.

Eres, Ricard, un educador en mayúsculas. Una persona inspiradora que trabaja creando un mundo mejor. Alguien con quién deseas hablar porque contigo la comunicación es en los códigos del corazón.

Te recordaré siempre, ayudando a tirarse por el tobogán a los más pequeños, en la excursión.

Sin duda no inspirabas temor a nadie.

 

 

 

 

 

 

 

Te echo de menos.

«- Y cuando te hayas consolado (siempre se encuentra consuelo) estarás contento de haberme conocido. Serás siempre mi amigo. Tendrás deseos de reír conmigo. Y abrirás a veces tu ventana, así…, por placer…Y tus amigos se asombrarán al verte reír mirando el cielo.»

El Principito.

 

Me cuesta escribirte, pero no quería que pasase este día sin dedicarte unas palabras, me cuesta porque no quería que fuesen tristes, aunque te tengo que confesar que he llorado tu ausencia como lo hice hace un año.

No soy capaz de pensar en ti sin emocionarme. Tu huella en casa es profunda y aún hay mucho de ti en nuestras vidas.

Pero, si hay algo que he añorado este año, es poder abrazarme a tu enorme cuello. Siempre fuiste una fuente de alegría y de consuelo. Contigo nunca me sentí sola y llenaste mi vida de preciosos paseos, juegos y anécdotas.

Por ello, hoy te recordaré feliz en tu enorme charca de mar, intentado pescar peces durante horas sin conseguirlo. O sentada en la terraza disfrutando del sol. O subida en la escalera vigilando el barrio. O tumbada a mi lado, en el suelo de la habitación roncando en nuestra interminables siestas.

Y sé que llegará el consuelo y el día en el que sólo te recuerde con alegría.

 

 

 

 

Menorca

El primer post del legado a mi hija hablaba del lugar que me cura el alma y su importancia en mi vida.

Y luego está Menorca.

Sin darme cuenta, poco a poco se me ha ido metiendo en vena. Hasta tal punto que me siento de aquí. Sé que físicamente no nací aquí y que no hay ningún lazo de sangre que me ate a este lugar, pero mi alma se siente en casa.

Da igual el motivo, si estoy sola, si dejo todo lo que verdaderamente me importa para venir.

Al pisar la isla me siento en casa.

Es algo que va mucho más allá de mi estado anímico, del momento que esté viviendo, de cómo me encuentre.

Cuando llego respiro.

Menorca tiene la cualidad de no dejar indiferente, la amas o la odias. Dicen que su subsuelo de cuarzo desprende una energía tan potente que te atrae o te repele.

Es hermosa y natural, permanece limpia de artificios.

Es orgullosa y se mantiene firme en sus convicciones.

Amanece la primera de este país pero continua el día a su ritmo.

Tiene una historia apasionante. Es estratégica y prehistórica.

Es reserva de la Biosfera.

A mi me ha enamorado.

 

 

 

Orgullosa

Hace un mes dejé este post en borradores, quería guardar una imagen, una de esas que te llegan al alma.

Volvía del aeropuerto, en mi mente sólo estaba mi hija. Mientras iba a buscarla mire en el parque y allí estaban. Ella jugando y su Yaya mirándola.

Lo que me conmovió fue el escudo protector que desprendía la Yaya. La miraba entre solicita y orgullosa, a la vez que todo su gesto marcaba claramente un límite protector, accesible a otros niños y  totalmente prohibido a cualquier peligro.

Y me sentí orgullosa, de ella, de mi madre, de mi hija y de mi misma.

Vengo de un extraordinario matriarcado.

En la historia familiar ha quedado poco espacio al género masculino. En los matriarcados, las féminas, convivimos en un sinfín de laberintos de códigos emocionales indescifrables. Cada una de nosotras asume un rol y la comunicación es en clave.

Todo lo que tiene de desequilibrado, de ausencia, de confuso, lo compensa con riqueza de experiencia, de sentimientos, de amor…

En mi caso supuso una fortaleza, en la que crecí protegida y feliz. Rodeada de amor y de historia. Rodeada de mujeres tradicionales, de principios elevados. Que tenían bien clara la diferencia entre el bien y el mal. Perfeccionistas y autoexigentes, capaces de sacar adelante familias enteras sin ninguna ayuda.

Por ellas me siento orgullosa, de mi historia, de mi familia, la de sangre y la elegida y de mi género.